miércoles, 29 de julio de 2009

Cuba, 50 años después



1 de enero de 1959. Los hombres de Ernesto 'Che' Guevara toman la ciudad de Santa Clara y Fidel Castro, líder de la guerrilla de Sierra Maestra, entra en Santiago de Cuba. Sabiéndose acorralado, el dictador Fulgencio Batista huye a Santo Domingo. La revolución ha triunfado. Fue el comienzo de un ideal construido sobre los principios de igualdad de clases, reparto de bienes y justicia social. 50 años más tarde, ¿qué queda en la sociedad cubana?

Los carteles con consignas revolucionarias proliferan a cada paso. 'Patria o muerte', 'Este país no podrá ser sometido', 'Vamos bien'... En una isla donde no existe la publicidad, los espacios más visibles de carreteras, calles y edificios los ocupan emblemas políticos. Los rostros del Che y Camilo Cienfuegos, héroes del 59, también son omnipresentes. Más difícil es encontrar a Fidel Castro, quien se autoproclama contrario al culto a su persona, aunque su figura lo cale absolutamente todo en el país. Incluso ahora, ya retirado de la actividad política.

Los mensajes son los mismos que en 1959, pero basta con observar la rutina diaria de sus 11,2 millones de habitantes para darse cuenta de que, sobre el terreno, la realidad es otra.

50 años después del triunfo de una revolución que cambió su historia, los cubanos están divididos. Ideológicamente —son muchos los detractores y también los defensores del régimen comunista— pero, sobre todo, económicamente. La división de clases es patente en la Cuba actual y se agrupa en dos categorías bien definidas: los que tienen acceso a la divisa y los que no. O, de forma más gráfica, los que trabajan cerca del turista o tienen familia en el extranjero que les aprovisione y los que deben vivir de su trabajo. Un trabajo que les deja una media de 408 pesos cubanos al mes (equivalentes a unos 12 euros). Los primeros se parapetan tras televisores, DVD, mp3 y ordenadores, auténticos objetos de culto desde que el Gobierno liberase su venta a comienzos de 2008. Los segundos hacen cuentas para adquirir productos de primera necesidad. Y casi nunca les salen.

Y es que los bienes que se ofertan en divisa —en la isla circulan dos monedas, el peso cubano y el convertible, divisa asociada al turismo en la que deben pagarse muchos productos, como los de higiene— tienen un precio similar al de Europa: cerca de 3 euros por un litro de leche, unos 4 por un champú. Y eso cuando el sueldo mensual lo tiene difícil para superar los 10.

Teniendo en cuenta el salario, son muchos los cubanos que prefieren no trabajar —el 20% de la población de La Habana está desempleada— y optan por buscar el dinero del turista. De ahí, que en la Cuba de 2009, sea más que habitual encontrar a un neurocirujano trabajando como taxista o que el camarero que sirve en los hoteles esté licenciado como ingeniero: una propina puede igualar en un minuto el sueldo que le correspondería por su titulación.

El Gobierno argumenta que los cálculos que tienen por base el sueldo mensual no son justos, ya que todos los ciudadanos tienen una cartilla de racionamiento que les garantiza alimentos a precios subvencionados y cuentan con sanidad y educación gratuitas —aunque después deben trabajar donde el Estado considere oportuno durante la llamada «prestación socia»—. «Lo malo es el bajo nivel de esta sanidad y educación», añaden los detractores.

El Partido Comunista trabaja cada día para mantener el espíritu revolucionario, para lo que reprime la crítica
—en las cárceles hay más de 200 presos políticos, según organizaciones humanitarias— y celebra todo tipo de actos para conmemorar cada batalla, cada hito de la Revolución. Además, la televisión, oficial, bombardea con propaganda y las reflexiones de Fidel acerca de la actualidad se publican en todos los periódicos y se reproducen en todos los canales. No caben las voces disidentes.

En febrero de 2008, Fidel Castro, el artífice de todo esto, dejó paso a su hermano Raúl al frente del Estado. Sus problemas de salud le llevaron a retirarse de la presidencia.

Siempre a la sombra de su hermano, Raúl Castro comenzó con medidas aperturistas, como una reforma agraria para fomentar la productividad del campo —el 50% de las tierras útiles están sin cultivar y el país importa más del 80% de los alimentos—, pero su impulso se fue frenando. Su medida más polémica ha sido la conocida como 'Ley de no Acaparamiento', promulgada tras los desastres que provocaron los huracanes Gustav e Ike —según datos oficiales, dejaron pérdidas de 9.722 millones de dólares, equivalentes al 20% del PIB y afectaron a 530.758 viviendas—. La norma impone un tope a lo que puede comprar cada persona y ha puesto contra las cuerdas al mercado negro del que vivía la mayoría de la población.

50 años después de ese histórico 1 de enero, los cubanos viven una paradoja constante: indicadores económicos del tercer mundo —a los que contribuye el embargo que decretó EEUU en 1963— contrastan con marcas sociales propias de país desarrollado —esperanza de vida de 77 años; mortalidad infantil de 5,3 por cada mil nacidos vivos—; el alto nivel cultural de la población —la tasa de analfabetismo es prácticamente nula y 45.000 universitarios se licencian cada año— choca con la pobreza de la propaganda... En definitiva, unos dignos ideales se enfrentan a la dureza de constatar que no se han llevado a la práctica.

lunes, 20 de julio de 2009